Cojo el metro para ir a recoger unos dirhams de Emiratos Árabes Unidos que pedí la semana pasada en la casa de cambios que hay en la Puerta del Sol. En el andén me encuentro con un chico joven que, por la poca soltura que se le ve, no parece que lleve mucho tiempo siendo ciego. Le ayudo a entrar al vagón y a buscar un asiento. Durante todo el trayecto hasta el corazón de Madrid voy pensando en lo diferente que sería mi vida si fuese ciego, en la de cosas que me perdería, en la de maravillas que no podría disfrutar y en la tremenda suerte que tengo de poder ver.

Voy tan metido en ese pensamiento que me salgo del metro sin haber sacado dinero en el cajero que hay antes de pasar los tornos, así que tengo que volver a entrar, suerte que llevo abono transportes.

Con los extraños billetes ya en el bolsillo me apetece dar un paseo antes de volver a casa, así que subo por la calle Montera. Sin ser muy consciente de ello, me quedo mirando a una prostituta increíblemente guapa que no debe ser mayor que yo. Rubia, ojos azules y rasgos de algún país del este de Europa. Siempre me inspiran mucha ternura y me viene a la cabeza esa frase que he escuchado miles de veces, cuando alguien me ha preguntado a que me dedicaba: “Buff, eso es muy difícil ¿no? Dicen que es de las carreras más duras. Tienes mucho mérito.” Me pregunto si le responderán algo parecido a esa chica cuando diga a qué se dedica, porque seguramente cualquiera de sus días sea más duro que todos los días “duros” que yo he pasado en mi vida. Parece que la he mirado demasiado, porque me hace un gesto con la cabeza. Declino la oferta y le dedico mi mejor sonrisa.

Cuando llego al cruce con Gran Vía giro a la derecha y sigo caminando. Voy mirando el suelo, los escaparates de algunas tiendas, los coches, motos, autobuses y bicis que se mezclan en la calzada. Todo tan ordenado. Todo tan en su sitio. No me puedo ni imaginar lo diferente que tiene que ser Bangkok y todavía no me puedo creer que lo vaya a descubrir dentro de menos de un mes.

Sigo caminando un poco más. No sé muy bien a qué altura de la calle veo en un escaparate un cartel que me llama la atención: “Love is all you need”. Vuelvo a pensar en la prostituta de los preciosos ojos azules. Ojalá tenga a personas que la quieran.

Llego hasta Cibeles, me quedo un rato observándola, a ella y al imponente palacio de correos. Hay un chico con una cámara y un trípode sacando una foto desde el que a mí me parece el mejor ángulo. Empieza a hacer un poco de frío, ya se ha puesto el sol y estamos entrando en el otoño, me pongo la chaqueta que llevo en la mochila y sigo caminando un rato más. La Puerta de Alcalá se asoma desde el otro lado de la calle así que voy hacia ella. Por el camino oigo alguna conversación, así de pasada, en inglés y yo no pillo nada de nada, quiero pensar que es porque no estoy metido en la conversación y espero que cuando me haga falta entender algo, sea capaz de ello. Cuando llego a la Puerta de Alcalá veo a unos turistas con sus cámaras compactas y pienso en que, aunque la he visto montones de veces, creo que nunca la he hecho una foto y como alguna vez tenía que ser la primera…

Paseando por Madrid al anochecer.

Entro por una de las puertas del Retiro y camino un rato más sin rumbo, intentando disfrutar al máximo del lugar en el que estoy, porque sé que no me queda mucho tiempo aquí. Nunca he viajado tan lejos ni tantos meses (aunque hasta que no vuelva no sé los meses que serán exactamente) pero sé que todo tiene su lado bueno y su lado malo, y por muchas ganas que tenga de empezar mi viaje por el Sudeste Asiático con el que llevo años soñando va a haber cosas que eche de menos y quiero disfrutarlas mientras pueda. Como este paseo por Madrid.

“¿Y qué vas a hacer tu solo allí tan lejos?” Pues espero que bastantes cosas, pero uno de mis objetivos principales es hacer lo mismo que he hecho esta tarde: andar sin rumbo fijo, yendo hacia donde más me apetece, observando todo lo que pasa a mi alrededor y disfrutar al máximo del lugar en el que estoy por si en algún momento no tengo la suerte de poder hacerlo, ya sea por problemas físicos, como el chico al que he ayudado a entrar al vagón o porque la vida se vuelve más dura conmigo, como seguramente le haya pasado a la jovencísima chica rubia de la calle Montera.