7:30. Bangkok. Habitación compartida en la que están durmiendo cuatro personas más. La claridad que entra por la ventana me despierta. Dolor de cabeza. Boca seca. Sed.

24 horas antes…     

Acabamos de llegar a Bangkok. Esta vez la combinación elegida ha sido taxi, barco, autobús y tren. Taxi hasta el puerto de Koh Tao, barco hasta Chumphon, autobús hasta la estación de trenes y tren hasta Bangkok. Raquel prefería hacerlo así y como a mí siempre me gusta probar alternativas lo vimos claro desde el principio. Raquel es una instructora de buceo en apnea (sí, esos que aguantan un montón sin respirar) que vive y trabaja en Koh Tao y que tenía que venir a la embajada el mismo día que yo quería emprender mi viaje hacia el norte del país. Así que vinimos juntos.

La diferencia entre el tren y el autobús es que el tren tiene camas y puedes ir tumbado completamente. Elegimos un vagón sin aire acondicionado porque solamente con el ventilador se puede dormir sin pasar calor y con el aire acondicionado puedes pasar hasta frío. La diferencia de precios entre ambas opciones es insignificante, pero no son tan insignificantes las diferencias entre los vagones. Los vagones con aire acondicionado tienen las camas más anchas, los baños tienen váter (y no son un simple agujero en el suelo) y una apariencia menos cutre.

De Koh Tao a Bangkok en tren nocturno.

El viaje fue bien. Los dos estábamos bastante cansados así que nos dormimos enseguida. Yo solo me desperté una vez y el resto de la noche dormí del tirón. Las camas no eran especialmente cómodas, pero aceptables. A la mañana siguiente tuve un poco de dolor de espalda aunque, más que por la rigidez de la cama, debió de ser por una mala postura o por pasar toda la noche dándome el aire del ventilador en esa zona. De todas maneras no era un dolor intenso y fue menguando a lo largo de la mañana hasta desaparecer antes de que llegase la hora de comer.

Cuando llegamos a Bangkok desayunamos en una… ¿cafetería? Bueno… en un sitio donde te podías sentar, conectar a internet, tomar un café y en el que justo antes de entrar vimos pasar una rata corriendo.

Cogimos el metro, fuimos hasta la embajada, nos volvimos locos hasta que encontramos un sitio donde poder hacerse una foto de carné y… ahí nos separamos. Yo ya estaba demasiado cansado y sudado como para seguir caminando con la mochila grande a cuestas, así que cogí un autobús público que, por 15 bahts, me dejó en la zona donde quería llegar.

Transportes públicos en Bangkok.

En principio la idea era no pasar ningún día en Bangkok e ir directamente hacia el norte. Pero, una vez más, el mundo ha querido demostrar que es un pañuelo y un día antes me había enterado de que una de mis blogueras favoritas, Carmen de “trajinando por el mundo”, a la que ya tuve la suerte de conocer en Madrid, estaba en Bangkok. Así que no me lo pensé ni un segundo. Me mandó la localización del hostel en el que se hospedaba y para allá que fui.

Mientras hablábamos salió un tema respecto al cual los dos teníamos sensaciones parecidas. Creo que no estoy descubriendo nada nuevo si digo que Tailandia es un destino en el que el turismo sexual está a la orden del día. Al menos en Bangkok (que es lo que más conozco de momento) las ofertas de “masaje y bum-bum” por parte de muchos caza-clientes, son tan cotidianas como lo son los tuk-tuks, los templos y los puestos callejeros.

También es mundialmente conocido el arte de algunas tailandesas para hacer cosas inverosímiles usando su vagina. Lanzar pelotas de ping-pong, abrir botellas, fumar… Toda una lista de actividades escritas en una cartulina plastificada y ofertadas con bastante frecuencia al caer la noche en la capital tailandesa. Y… es aquí donde ambos teníamos sentimientos encontrados:

Por un lado, tenía curiosidad. Pero no una curiosidad morbosa, sino una curiosidad que nace del deseo de ver con tus propios ojos todas las caras posibles de un mismo lugar. Incluso aunque alguna de esas caras sean desagradables. Al fin y al cabo, por lo que estoy aquí es por conocer países diferentes al mío y cuando digo conocer lo digo con todo el sentido que tiene esa palabra, asumiendo lo que ello implica. Tailandia tiene lugares increíbles, playas paradisíacas, montañas que rebosan vegetación, selvas, ríos, cascadas… pero yo no solo quiero ver paisajes de portada de revista de agencias de viajes. Quiero vivir, respirar, saborear… sentir cada uno de los países a los que vaya. Aunque eso conlleve en algunos momentos duras cargas emocionales.

Por otro, dudábamos hasta que punto era ético ser testigos de un espectáculo de esas características y fomentarlo pagando nuestra consumición.

Al final pensamos que lo mejor era ir hasta la zona, ver el mercadillo nocturno de patpong, cenar, tomar un par de cervezas y luego ya veríamos.

Llegamos hasta dicha zona cogiendo un autobús público de cuyo recorrido no estábamos muy seguros. El gps del móvil nos ayudó a saber donde nos teníamos que bajar. En cuanto el punto azul que delataba nuestra posición se alejara de la calle en la que está el mercadillo, era el momento de bajarse. Resultó que no podíamos haber cogido un autobús más acertado. Nos dejó a 200 metros de nuestro destino.

Dimos un paseo por el mercadillo, famosos por la venta de imitaciones, especialmente de relojes y ropa. Quizás por las distracciones constantes para ofrecernos entrar a ver los espectáculos vaginales o quizás porque la semana anterior había estado en uno de los mercadillos más grandes del mundo, la verdad es que a mí no me pareció muy interesante.

Después de una cena en un puesto callejero, dos cervezas de 630 ml y todo ello aderezado con una interesante conversación con los viajes como telón de fondo llegó el momento de decidir.

Bar de alterne en Bangkok, Tailandia.

El tema de estos shows es que lo de los precios no está muy definido. Una vez que estás dentro, aparte de pagar la consumición, después de cada actuación pasan con una cestita para las propinas. Habíamos leído que 20 bahts era una propina razonable, pero que pueden ponerse bastante insistentes e incluso agresivos, sobre todo a la hora de salir.

En fin… que al final dimos unas cuantas vueltas por donde se concentran todos estos locales, consensuamos algunas tácticas, cambiamos dinero en billetes de 20 y cuando vimos que en uno de ellos entraba un grupo de extranjeros bastante numeroso… entramos como si fuésemos todos juntos.

Una vez dentro nos sentamos en una discreta segunda fila y pedimos otras dos cervezas, esta vez de las pequeñas, ya que costaban 100 bahts. En un escenario tres chicas en ropa interior y una desnuda se contoneaban al son de la música. En el público, obviamente, todos extranjeros. Había bastantes chicas también, tanto en pareja, como grupos solo de chicas. Tras unos instantes, comienza la primera actuación: lanzar dardos con una pequeña cerbatana y explotar globos. Cuando termina, una mujer va pasándose con una cesta, pero como vimos que ni los de al lado ni los de delante echaban nada… nosotros tampoco.

Y así siguió la velada. Actuación tras actuación con intervalos de unos cinco minutos entre ambas. Lanzamiento de dardos, abrir botellas, apagar velas, fumar un cigarro y por último… las famosas pelotas de ping-pong.

No llevábamos demasiado tiempo dentro del local cuando la señora de las propinas se puso a discutir con uno de los chicos del grupo con el que habíamos entrado. Todo el grupo se levantó para irse, hubo algún grito por parte de la señora, un poco de enfrentamiento y… vimos que era el momento de salir. Nos escabullimos en medio de la discusión y salimos por la puerta sin que nadie nos dijera nada.

Sensaciones… Bueno, no fue tan horrible. Llevábamos la idea de que iba a ser algo extremadamente desagradable y luego no fue para tanto. Solo actuaron dos de las chicas, las que estaban más rellenitas, incluso dudábamos de si una podía estar embarazada. Las otras dos, más jóvenes y más delgadas solo bailaban en ropa interior. Hablaban entre ellas, se reían…

A mí lo que más me golpeó fue ver una niña por ahí, de unos 3 o 4 años, que parecía ser la hija de alguna de las chicas que actuaban. Por supuesto, no es un sitio en el que debiera haber ningún niño y muchísimo menos de forma habitual. Que haya niños creciendo en esos ambientes es muy duro y verlo así, a la cara, duele.

Me alegro de haber ido, creo que es una realidad más de este país, algo que forma parte de él y lo quería ver, pero no tengo ninguna intención de volver y mucho menos de pagar por ello. Una experiencia más, algo más que he visto y fin de la historia.

Cuando salimos barajamos varias opciones para volver al hostel y, no sé si gracias a las cervezas que llevábamos, la que más nos atraía era volver en una moto-taxi. Así que estuvimos un rato buscando a alguien que aceptara llevarnos a los dos por un precio razonable (conscientes de que estábamos bastante lejos) y un rato después ya estábamos bien apretaditos y agarrados al conductor de camino a Khao San. En un alarde de temeridad, saque el móvil e intenté hacernos un selfie pero estaba demasiado oscuro…

Una re-cena en otro puesto callejero, otra cerveza (esta ya para compartir) y a la cama con esa sensación de mareo que aparece cuando bebes un poco más de la cuenta.