Después de 25 horas de vuelo y 33 horas de viaje total (sumando las dos escalas, en Abu Dhabi y en Perth), a las 6:00 de la mañana de un soleado 29 de enero de 2016, tal y como decía mi billete, pongo los pies en nuestras antípodas, en el país más lejano al que puedes ir desde España, en un sueño que llevaba años en mi cabeza. Por fin… ¡¡Buenos días Nueva Zelanda!!
Después de esa paliza de viaje lo que más le apetecería a uno sería irse a la cama… ¿Dormir nada más llegar a un nuevo país? ¡Ni loco! Dejo las cosas en el hostal, voy a buscar algo de desayunar y a dar un paseo para ir tomándole el pulso a la ciudad.
El primer punto marcando en el mapa hasta el que caminé fue, como no podía ser de otra manera, el edificio más emblemático de Auckland, la estructura más alta del hemisferio sur, la protagonista de cualquier foto panorámica de la ciudad, la inconfundible ¡Sky Tower!
A esta pedazo de torre de comunicaciones de 328 metros se puede subir, comer en alguno de sus dos restaurantes, admirar las vistas desde sus tres miradores o incluso saltar desde uno de ellos en caída libre (lo que se conoce como SkyJump) pero no es barato y yo no vengo con demasiado dinero, debería gastarme solo lo estrictamente necesario hasta encontrar un trabajo y, al fin y al cabo… tengo un año por delante! Por ahora me conformo con verla desde abajo.
También aprovecho para hacer los trámites iniciales, abrir una cuenta de banco, conseguir un número de teléfono y solicitar el número IRD (un número para pagar los impuestos, necesario para trabajar).
Y después de comer, ahora sí que sí… Tocaba dormir.
El primer día que me despierto en Nueva Zelanda… 37,5 de fiebre y me duele mucho la cabeza. Empezamos bien jajaja. ¡Y encima me he quemado la piel con el sol! Ya había leído que el sol aquí es bastante fuerte, por el agujero de la capa de ozono que hay justo encima, pero no imaginaba que tanto. En fin… habrá que tomárselo con calma.
Carnet de la biblioteca, comprar algunas cosas básicas para hacer la comida, crema para el sol y charlar con Rodrigo y César, chileno y mexicano que, más tarde me volveré a cruzar por ahí.
También empiezo a pensar en qué hacer… ¿Trabajar en Auckland o ir a algún otro sitio? ¿De qué frutas es temporada ahora? ¿En qué ciudades hay más posibilidades de encontrar trabajo rápido? Bueno… ya decidiré! Es sábado y además el lunes es fiesta. He llegado justo para el 176 aniversario de la fundación de la ciudad, hay un montón de actividades en la calle y encima hace un tiempo espectacular. ¡Me encanta haber vuelto al verano!
Cada vez me voy sintiendo mejor. El dolor de cabeza se pasa tras el primer día y cada vez voy cogiendo más el ritmo de sueño normal. Voy conociendo más gente, visitando algunas cosas más, como el Auckland Domain, uno de los parques más grandes de la ciudad dónde se puede pasear tranquilamente y dónde se encuentra el Museo de Auckland y el Wintergarden, un pequeño jardín botánico.
Ese día comí, al solecito y sentados en el césped con Laina y Mike, otros dos españoles que están recién llegados.
El lunes ya me sentía estupendamente, el jetlag era historia y no quería pasar ni un segundo más descansando en el hostal. Además era el aniversario de la ciudad y el ambiente festivo se respiraba en cada calle. Había muchas actividades, música en directo, puestos de comida y un montón de gente disfrutando de ese caluroso día de verano. La zona del puerto estaba a rebosar.
Dimos un paseo, vimos por dentro un barco antiguo, decidimos no esperar la enorme cola que se había formado para dar una vuelta (gratis) por la bahía y también nos enteramos de otras actividades que, aunque había que pagar, tenían importantes descuentos ¿Adivináis en cual me fije yo?
– Vienes muy justo, no deberías gastarte ese dinero ahora, acabas de llegar.
– Pero es muy buena oportunidad! Nunca he montado en helicóptero, con el día que hace las vistas tienen que ser espectaculares y no lo voy a volver a encontrar tan barato.
Esa conversación tenía lugar en mi interior. En el exterior, mi recién amigo Cesar me decía “¡Tienes que hacerlo! ¿Tú sabes la cara que has puesto cuando lo has visto? Hazlo, tienes muchas ganas y vas a estar trabajando la semana que viene, seguro”
Y así fue como, al tercer día de llegar a Nueva Zelanda, con muy poco dinero y aun sin trabajo, sobrevolé la ciudad en helicóptero.
Fue toda una experiencia y, como bien decía ese chico mexicano que acababa de conocer, si no lo hubiese hecho, me hubiese arrepentido. Cuatro días después estaba trabajando, pero eso ya es otra historia…
Me fui de Auckland sintiendo que necesito más tiempo en esa ciudad. Volveré a ella más veces antes de irme de Nueva Zelanda, eso es seguro y la recorreré más a fondo. Pero jamás se me olvidará “nuestra primera vez”.