El día anterior a mi vuelo a Yangón, mientras leía las últimas novedades de facebook, una frase llamó mi atención “Próximo destino y sin plan ni ruta, a ver que me depara – Estoy viajando a Birmania”. Había conocido a Alessandra hacía más de dos meses en un hostal de Bangkok y ahora los dos empezábamos, con un día de diferencia, a recorrer el país vecino.
Como siempre llegué al aeropuerto con tiempo de sobra, esta vez me sobraron dos horas… No estaba muy seguro de si me harían facturar. Nunca había volado con Air Asia y aun que había leído que no son muy remilgados con el equipaje yo sobrepasaba el permitido. En teoría solo permiten un bulto de 7kg y el maletín de un ordenador o un bolso de mano. Yo llevaba dos mochilas, una de 40 y otra de 20 litros con 9 y 4 kg respectivamente. Ningún problema, nadie me dijo nada y de esta manera me ahorré algunos euros.
Un vuelo de 45 minutos, un taxi compartido por 5 $ hasta el hostal y a descansar.
A la mañana siguiente el desayuno incluido, de 7:00 a 9:00, nos hizo madrugar. Una especie de masa frita parecida a nuestros típicos churros con una salsa dulce con cierto sabor a coco fue la primera sorpresa del día.
Con el estómago lleno y sin el sol aun demasiado alto, era un buen momento para empezar a descubrir la ciudad.
Las calles no muy limpias (y eso que aún es temprano), los puestos que invaden las aceras, los olores de los calderos hirviendo con extrañas comidas, el calor de las brasas donde se cocinan distintas carnes y pescados pinchados en un palo, los puestos de fruta, los vehículos, algunos extravagantes, con sus difusas normas de circulación. El escenario típico de cualquier ciudad medianamente grande de los países del sudeste asiático que he visitado hasta el momento (Tailandia, Laos y Camboya). Sin embargo, aun que el decorado sea casi el mismo, sus actores han cambiado y una sonrisa es suficiente para sentir que, aun que solo hayas volado 45 minutos, estas en un lugar muy diferente.
Una conversación con un taxista que decía llamarse Robert De Niro y una llamada a otro chico que Alessandra había conocido el día anterior nos llevó a una de las típicas casas de té que tanto abundan en Yangon, donde probamos el delicioso té birmano con leche condensada acompañado de un bollito de coco que hará las delicias de aquellos que les guste el dulce tanto como a mí.
Y no solo nos llevamos un poco más de glucosa en sangre, además, el camarero, cuando le dije que me gustaba la tanaka que llevaba, me preguntó si quería ponerme. La respuesta fue obvia.
La tanaka es una de las señas de identidad del pueblo birmano. La utilizan hombres y mujeres y sirve para protegerse del sol, refresca y además tengo la sospecha de que también la usan como maquillaje. En especial las mujeres, que utilizan diferentes diseños, en algunos casos bastante elaborados.
Había leído que es una especia de arcilla que se mezcla con agua… ¡Nada de eso! Se obtiene añadiendo agua el polvillo que sale de raspar una rama de un tipo de árbol. Y aquí tenéis la prueba.
Después de un re-desayuno y teniendo un poco de cuidado con la pesadilla del tráfico, se pueden hacer unas cuantas visitas por la ciudad, pero empezaré a contarlas en el siguiente post 😉
Hola, yo estoy en yangoon, mañana parto para Bagan en bus, por dónde andáis? Algún consejo?
Hola!
El blog no lo llevo al día, me resultaría imposible! Tendría que estar parándome cada pocos días para escribir y seleccionar fotos. Ya no estoy en Myanmar.
Pero si puedo darte algún consejo sobre Bagan 🙂 Ves a todos los atardeceres y amaneceres que puedas. Sobre todo amaneceres! Son increíbles. Un templo que me gustó mucho para el amanecer es el «Shwe Leik Too» está bastante cerca del Winner hostel, por la carretera que va hacia los templos. Queda a la izquierda.
Alquila una bici y pasa el día perdiéndote entre ellos, hay 4.000 así que tienes para echar un buen rato 😉
Cualquier cosa me preguntas, estaré encantado de responderte!
Disfruta de Myanmar! Es una maravilla.